sábado, 9 de noviembre de 2013

¿ES EL NACIONALISMO UN PELIGRO?

En cualquier doctrina hay malas y buenas personas. No se trata pues, de preguntarse si los nacionalistas son un peligro. Es mejor afrontar el problema desde las ideas que, supuestamente, están en la base de una doctrina. En este caso el nacionalismo. Y analizar si constituyen, o no, un peligro. ¿De qué peligro hablamos? Se trataría, en mi opinión, de la libertad. En España, la libertad está más amenazada en las Comunidades dominadas por gobiernos de tendencia nacionalista. Además, el nacionalismo trata de minar, debilitar o destruir un Estado-nación, como el español, con el consiguiente aumento de la tensión y la inestabilidad.

El punto de partida es la nación. Pero la nación no es solamente un territorio, unas personas y una organización jurídico política. Se trata de un ente mítico. ¿Por qué? Porque se supone (por parte de los nacionalistas) que es una entidad que se ha mantenido homogénea a lo largo de los siglos. Es decir, se trata de una especie de animal metafísico. Este es un fenómeno que suele llamarse ‘reificación’. Supone que los hombres han olvidado que ellos son los que han creado el mito, que ellos son los que han creado los significados.


El resultado es que este mundo mítico se autonomiza y adquiere un status ontológico independiente, que termina imponiéndose a sus creadores. Esto suele hacerse a través de universos simbólicos, elaborados por sacerdotes especializados en legitimación. La identidad, por ejemplo, se legitima al situarse dentro de un universo simbólico.

Este mito, la nación inalterada en lo sustancial (aunque no se sepa a ciencia cierta qué es lo sustancial), se asienta en una comunidad, también mitificada y distorsionada. ¿Por qué?

Porque se supone que ha permanecido igual, en su esencia, a lo largo del tiempo y porque se supone que sus miembros (a pesar de que han ido muriendo y naciendo) forman un todo homogéneo. De ahí la fuerte tendencia de los nacionalistas a hablar en términos colectivos. Por ejemplo: ‘nosotros, los catalanes’; ‘nosotros, los vascos’. Aunque también se dice, ‘nosotros, los extremeños’, no tiene el componente nacionalista que estoy comentando.

Una característica habitual, en los nacionalistas, es la de humanizar su territorio. Esto se debe a que lo han convertido en una entidad mítica y sacralizada. Unas declaraciones de Gregorio Salvador, diciendo que no se puede aprender español en las escuelas, fueron contestadas por Artur Mas, en estos términos: ‘Parece mentira que de vez en cuando salgan estos personajes de la España castiza que insultan la lucha de todo un pueblo’. También contestó, Artur Mas, unas declaraciones de Rodríguez Ibarra sobre financiación y el Estatut. ‘Que deje de insultar a Cataluña’.

Obviamente, un territorio no puede ser insultado o sentirse ofendido. Solamente las personas de carne y hueso pueden sentirse ofendidas, bien por lo que digan de ellas, bien por lo que alguien diga de un territorio, o por otras razones. Pero el propio territorio no se ofende, ni coge la gripe. Es típico, como dije, hablar de los catalanes (en este caso) como un todo. ‘La lucha de todo un pueblo’. Como una especie de tribu indiferenciada. Como si no hubiera autonomía individual y pluralismo. En cualquier caso, ya tenemos los primeros mimbres. Una nación, cuyos orígenes se pierden en la noche de los tiempos y que los historiadores (los fiables) contarán como sea conveniente.

La cohesión del grupo tiene que ser, permanentemente, reforzada. ¿Por qué? Porque siempre hay enemigos que intrigan contra la nación. En este sentido, las ofensas y agravios son fundamentales. ¿Para qué quieren independizarse (al menos oficialmente) si no es por las ofensas, abusos y humillaciones? Aquí juegan un papel importante los intelectuales orgánicos.

Historiadores, o no. Son los sacerdotes que ejercen el monopolio de la interpretación de los textos sagrados del nacionalismo. O los historiadores oficiales de la comunidad oprimida, cuya historia debe ser aceptada por todos. El que no la acepte será sospechoso. Un ‘extranjero en su país’. Esto supone un importante paso en la uniformización del colectivo, de la comunidad. También implica una más fácil identificación de los ‘traidores’. Pasa algo parecido con los desfiles. Cuando un soldado hace un movimiento ‘que no toca’, se le identifica fácilmente.

Cuantos más agravios, más motivos para sentirse víctima. Más motivos para exigir más. Y motivos para exigir la independencia y vivir, por fin, en auténtica libertad. El fomento y la difusión de los agravios (reales, exagerados o inventados) van de la mano de la ficción comunitaria. Existiría comunidad de ideas, intereses y sentimientos. Si la realidad no se compadece con estas proclamas, se suelen hacer dos cosas. O bien, negar la realidad que no gusta, o bien mostrar que esta realidad ha sido impuesta desde fuera, por los ‘enemigos exteriores’. O desde dentro, por los ‘enemigos interiores’. La conclusión es la misma: hay que restablecer la histórica unidad y cohesión que la comunidad siempre tuvo, en lo esencial, desde la noche de los tiempos.

Pero adaptar la realidad a nuestros fines, supone forzar la realidad. Y forzar la realidad quiere decir intervenir en la libertad de las personas. Esto es lo que hace el nacionalismo. Interferir en la libertad de los ciudadanos para construir la nación idealizada. Pero resulta que esta nación idealizada nunca es plural, sino homogénea. Esto se ve con claridad, por ejemplo, en Cataluña. La sociedad civil es plural, en sentido político, cultural y lingüístico. Pero los planes de normalización tienen por objetivo interferir en este pluralismo.

O sea, interferir en la libertad de las personas en aras del supuesto bien superior de la nación oprimida. El último ejemplo de esta deriva totalitaria, gozosamente aceptada por el Presidente Zapatero, es el de la imposición de multas a las personas que rotulen su negocio en castellano. Este ejemplo muestra la connivencia entre el nacionalismo periférico y la izquierda española. Esta connivencia refuerza el común desprecio por la libertad. En la Comunidad Balear tenemos otro reciente ejemplo. La Consellera de Educación y Cultura, Bárbara Galmés, ha dicho: ‘No estoy a favor de que los padres puedan elegir la lengua de educación de sus hijos’.

Recientemente, el periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung criticaba que los políticos catalanes lleven a cabo una ’significativamente creciente... policía de la limpieza lingüística... que una vez reprocharon a Franco y que ellos ahora practican’.
Es inevitable. La lucha por la recuperación del paraíso perdido, la reivindicación de la comunidad idílica lleva, sin remedio, a la discriminación y a la coacción. Es el moderno ‘lecho de Procusto’ utilizado por los nacionalistas (y sus compañeros de viaje) para uniformizar a sus habitantes, miembros de una comunidad espiritual que sacraliza, en este caso, la lengua. Pero podría ser la etnia, u otros signos de diferenciación y de pureza ficticia y originaria.

Rechazar este proceso supone situarse fuera de las esencias patrias. Convertirse en ‘enemigo interior’. Albert Boadella es sólo un ejemplo de lo que digo. Ha tenido que marcharse de Cataluña. A pesar de que es un hijo ilustre. Pero con ideas equivocadas. Más de doce mil profesores se han tenido que marchar de Cataluña en las últimas décadas. Más de doscientos mil vascos se han marchado del País Vasco. No querían. Pero no eran miembros fiables de la tribu. Son los ‘traidores’, los que no se han integrado en la comunidad, cuyos supuestos intereses colectivos son superiores a los intereses de los individuos que la componen.

Como nos recuerda José Díez Herrera, en ‘Los mitos del nacionalismo vasco’, la historia del nacionalismo vasco es una mentira permanente, desde Sabino Arana hasta hoy. Y el PNV un partido totalitario y antiespañol, que no admite una sociedad pluralista como la sociedad vasca. Además, y en virtud de la división social del trabajo, unos ‘mueven el árbol’ y otros ‘recogen las nueces’. ¿Qué hacen los ‘buenos’ nacionalistas? Callan, o miran hacia otro lado. O se marchan del ‘paraíso’.

¿Hay remedio contra esta enfermedad? Los grandes partidos, PSOE y PP han permitido, o ayudado (cada uno con su propia cuota de responsabilidad y salvando a los héroes y heroínas) a esta enfermiza y peligrosa deriva. Sin olvidar a la prensa amarilla y de otros colores. En estos momentos, la política con más sentido de Estado y con valor suficiente para defender la unidad de España (algo que debería ser obvio, además de ser constitucional), la protagoniza Rosa Díez y su partido UPD y, a veces, el PP. En el País Vasco, los políticos dignos han de llevar escolta. En Cataluña, los políticos del PP, UPD y Ciutadans, son tratados por la prensa como ‘anticatalanes’ y sufren un ambiente hostil. En Baleares, Carlos Delgado, el único que no se inclina ante los nacionalistas, es acusado de ‘catalanofobia’. Y de ser facha, por supuesto.

No confío mucho en que los partidos políticos hagan algo. Algo sensato y decente quiero decir. Creo que tendrá que ser la llamada sociedad civil. Sin descartar un deterioro, aún mayor, de la situación. Anuncios ya los hay. El Estatuto de Cataluña, el anunciado referéndum soberanista en el País Vasco este mismo año y el de Cataluña para 2014. En fin, la deslealtad constitucional generalizada de los nacionalistas, consentida por quienes han jurado, o prometido, la Constitución.
No se puede ser tolerante con los intolerantes. Es decir, los nacionalismos excluyentes y liberticidas.

Sebastián Urbina.

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