Tras las últimas elecciones generales y la obtención de mayoría absoluta del Partido Popular la lógica indicaba que se iba a abrir en España una etapa de contención de las tesis nacionalistas, no sólo por el discurso electoral del propio Partido Popular sino también porque la crisis económica y las exigencias de limitación del gasto público permitían suponer que no habría mucho dinero adicional para pagar las exigencias del nacionalismo. Entre gran parte de los ciudadanos se había asentado la idea que el partido socialista había pactado con el nacionalismo y se había subido al carro de su lógica de gasto y rechazo a todo lo que es común a todos los españoles. Del mismo modo, esos ciudadanos, ya fueran de uno u otro color, pensaban en su gran mayoría que el Partido Popular iba a moderar, contener e incluso reformar las concesiones al nacionalismo. Pero después de cuatro meses del nuevo gobierno la percepción es bastante diferente.
El cambio de discurso y la actuación del gobierno con respecto al nacionalismo catalán se hace bastante difícil de entender. Parecería que todo es más fácil si se explicara a sus electores el por qué de estos cambios pero lo más sorprendente es que no se explica nada. Muchos analistas dicen que la política de comunicación no funciona, pero la realidad es que hasta el momento la percepción general es de perplejidad.
El apoyo sin contrapartidas a los presupuestos de la Generalitat de Cataluña, que incluyen recortes en todo excepto en los temas relacionados con la construcción nacional de Cataluña, el indulto de políticos de CiU condenados por corrupción, la omisión de la obligación de cumplimiento de las sentencias judiciales sobre la lengua o la desesperada negociación para la obtención del innecesario voto favorable de CiU a los presupuestos del estado nos ha sorprendido a muchos y nos hemos empezado a preguntar por qué esta sumisión a los nacionalistas catalanes cuando es evidente que aritméticamente no es necesario su apoyo. Hasta ahora siempre se habían justificado todas las concesiones por la falta de mayorías suficientes que debían ser complementadas con los votos nacionalistas, pero esta justificación ha perdido su lógica con la actual composición del parlamento español y catalán. En una interpretación rebuscada, hasta se podría argumentar que a los grandes partidos les interesa el actual sistema electoral, no porque les garantice sus mayorías sino por lo contrario, porque les garantiza una minoría suficiente que les permite justificar su política de concesiones al nacionalismo que no es posible justificar cuando las mayorías son absolutas.
Estas actitudes son desmotivadoras porque parece que nos llevan a una conclusión: toda la clase política española, con minoritarias excepciones, está en lo mismo: el mantenimiento de la política de concesiones y vasallaje al nacionalismo que empezó con la constitución de 1978 y que ha permitido la instalación en el poder de una clase de políticos que viven gracias a un sistema que les garantiza retribuciones, cargos y formar parte de la clase dirigente y que en la situación actual solo se puede mantener si se recorta en todo menos en estructura estatal.
Los que somos de comunidades con fuerte implantación del nacionalismo sabemos que los nacionalistas no son mayoritarios, es una minoría muy importante, pero aparentan más que lo que son, eso sí, en estos 35 años el nacionalismo ha sabido ir tejiendo toda su red clientelar que le ha permitido establecerse en el poder de forma ininterrumpida desde que se aprobó la Constitución de 1978. Esta red tiene dos brazos, uno interior, en la comunidad autónoma y otro exterior, en el resto de España
En Cataluña, el nacionalismo ha sabido ganar dos batallas: primero la batalla entre los políticos. Cualquier político, intelectual, comunicador o persona que quiera tener proyección pública necesita la aprobación del nacionalismo. Es así como muchos políticos que ganan notoriedad gracias a los votos de gente no nacionalista finalmente se deben amoldar al traje del nacionalismo si lo quieren vestir en los eventos de la sociedad catalana. Normalmente todo funciona de la siguiente manera: se orquesta una campaña contra el político no nacionalista desde todos los resortes del poder y los medios de comunicación, en donde la consigna es tildar de franquista y fascista al político “díscolo”, se le rechaza en toda la vida social el tiempo que sea necesario hasta que agotado desiste. Entonces se le abren algunas puertas que le permiten estar presente en los círculos de poder y, agradecido, se convierte a la "normalidad democrática". Es una especie de síndrome de Estocolmo político. Esto mismo funciona en todos los niveles de la sociedad, desde el funcionario, hasta el empresario.
En segundo lugar el proyecto de construcción nacional. El nacionalismo ha conseguido que sus instrumentos sean artificialmente esenciales para vivir en Cataluña. Todos los días construye nuevos instrumentos para que los ciudadanos no puedan salir de la lógica nacionalista a no ser que hagan un esfuerzo muy superior al que es exigible a un ciudadano normal. El más importante de estos instrumentos es la lengua, pero no es el único. La lengua, instrumento de comunicación, la han convertido torticeramente en un instrumento de incomunicación. La lengua, que debería servir para que todos los catalanes pudieran expresar y comunicar de la manera más natural sus aportaciones a la sociedad, se ha convertido en un medio para evitar que la mitad de la población pueda comunicar esas aportaciones de manera natural, obligando a que sólo sea a través del filtro de la lengua de la que se han apoderado los nacionalistas.
La lengua se ha convertido en un instrumento del clientelismo. Los ciudadanos deben invertir obligatoriamente en lengua: profesores, funcionarios, empresas públicas, empresas que trabajan con la administración, comunicadores; todos ellos han hecho una inversión en tiempo, dinero y formación simplemente para poder vivir en Cataluña. A su vez eso se ha convertido en una ventaja comparativa respecto a quien no la conoce suficientemente, por lo tanto, todos ellos tienen interés en que lo siga siendo, les da ventaja competitiva en una sociedad en la que esa es la única vía para ganarse la vida.
Pero los instrumentos que el nacionalismo utiliza para dominar a sus sociedades son muchos y hay mucha gente que los explica día a día, lo que tiene menos difusión y cada vez me parece más interesante es como el nacionalismo también ha conseguido dominar la vida política fuera de Cataluña. Los políticos del resto de España actúan con miedo y excesiva cautela con los nacionalistas. Por supuesto que hay una parte de amenaza y de miedo a que España se quiebre, es una espada de Damocles sobre todos los políticos, nadie quiere ser el responsable de un posible conflicto. A todo esto muchas veces se le añade un complejo de inferioridad de mucho político progresista y bastante “paleto” que paradójicamente cree que el nacionalismo aldeano y reduccionista es cosmopolita y europeo. Creen que así son más progres ya que identifican a España con atraso y pasado. La propaganda nacionalista funciona muy bien entre ellos.
Pero la mayoría de los políticos que tienen poder ahora son políticos experimentados y bien formados, que han viajado y que conocen como funciona el nacionalismo y aún así se prestan a hacer seguidismo. Estos son los políticos que quieren mantener la situación pactada y heredada de la transición. Quieren mantener el equilibrio de poderes porque es así como se sienten seguros, saben como actuar y les garantiza su futuro personal y su área de confort. Saben que en gran parte también ellos están ahí gracias a ese pacto. Tienen mucho que perder y no están dispuestos a que nadie amenace su propia seguridad. Es por ello que aunque conocen que la mayoría de los ciudadanos sabemos que si de verdad queremos mejorar España hay que reformar el estado y enfrentarse a la amenaza nacionalista, su respuesta es “ni se plantea ni se discute”, porque no tienen la más mínima posibilidad de convencer con argumentos si se abriera el más mínimo debate sobre el estado de las autonomías. Hacen suya la estrategia de Jordi Pujol: no toca.
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