Cada año hay menos estudiantes
erasmus que vienen a las universidades catalanas, según
datos de la Comisión Europea, a pesar de que España es el primer destino preferido por estos y en tendencia ascendente (33.178 estudiantes, al curso 2008/2009), seguido a distancia por Francia (24.615), Alemania (21.939) y Reino Unido (20.851).
Los
erasmus que vienen a Cataluña disminuyen año tras año : en el periodo 2004-2009, la UB ha “perdido” un 18%
erasmus, en una tendencia incesante hacia la baja, la UAB y la UPC un 5% cada una, y la UPF se mantiene constante, subiendo un 3% a la vez que baja de la posición 55ª (2004) a la 75ª (2009) dentro de este ranking (1). Estos datos negativos contrastan con el resto de universidades españolas: todas hacia arriba como un cohete. Especialmente las de Granada, Complutense de Madrid, Valencia y Sevilla.
Recuerdo mi época de estudiante (no tan lejana): la presencia de un solo estudiante Erasmus provocaba dos tipos de reacciones en los profesores: unos cambiaban la lengua de docencia de la asignatura al castellano, y otros profesores enviaban al alumno a otros grupos con docencia en castellano. Por eso no es de extrañar que se afirmara que “la llegada de estos estudiantes y profesores [extranjeros] es muy nociva para la lengua catalana porque implica a menudo un retroceso en su uso académico”. (J.Muñoz i J.Font)
A pesar de este rechazo, ante la galería se quería mostrar buena cara y sonrisa amable. Así, nació el acogimiento lingüístico de estudiantes extranjeros, presentando en positivo y como un valor añadido a su formación, la información en lo referente a la presencia de la lengua catalana a la universidad.
Pero el trasfondo era otro. Estos extranjeros (erasmus) molestaban: “Sólo un sistema universitario propio,
hecho por y para la sociedad catalana, será capaz de mantener como criterio propio y fundamental
la consolidación de la cultura catalana (en catalán) como una cultura europea más, capaz de actuar no sólo en el ámbito doméstico y folclórico sino en el ámbito científico de primer nivel igual que cualquier otro cultura”. (
J.Muñoz i J.Font)
En otras palabras: nos debemos meter todos dentro de una burbuja, en una universidad hecha “por los nuestros” y destinada “a los nuestros”, con la finalidad de conservar en formol una cultura que no tiene que evolucionar nunca, sino mantenerse intacta a mayor gloria del nacionalismo excluyente.
Así,
lo importante no sería aprender, sino aprender en catalán. El ambiente que se percibe en la universidad catalana es una caricatura grotesca del ideal universitario. El
atrévete a pensar, que dijo Kant, se ha sustituido por
dona corda al català (dale cuerda al catalán), la
patética campaña publicitaria del 2005 y motivo de
parodia justificada.
El lema de la Universidad de Yale, Lux te Veritas, queda eclipsado por la sombra de las Cuatro Columnas de Andreu Alafaro en la UAB.
Esta mentalidad conservadora, pequeña, inquisidora, que impregna la política lingüística universitaria y la actividad de sus comisarios de los servicios político-lingüísticos, está dando sus frutos: reducción del número de molestos estudiantes erasmus, y de profesores e investigadores extranjeros, fuga de cerebros hacia otras universidades españolas, etc.
Tenemos una universidad dogmática (contradictio in terminis), donde las formas -el catalán- son más importantes que el fondo -la docencia y la investigación-, donde la ideología aplasta la libertad investigadora, y donde la política lingüística cateta hace huir la libertad y el talento en defensa de una protección de la lengua mal entendida y contraproducente. El problema no es la lengua catalana, sino las políticas nacionalistas excluyentes, que empobrecen cultural y económicamente.