martes, 21 de mayo de 2013

El mito de los “Países Catalanes”: cuando los nombres hacen la cosa


Publicado en el blog Mites i mentides del nacionalisme català

“La unidad de todos el territorios de habla catalana sería más clara si hubiera un término que los englobara. Porque los nombres –ay!- hacen la cosa”.  (Joan Fuster, “Dulce Cataluña”, nº 43, 1970)
Aquellos de mi generación, hijos del pujolismo y del Club Súper 3, la noción de los Países Catalanes nos resulta algo normal y cotidiano. Desde pequeñitos, por todas partes hemos visto el mapa de nuestro imperio perdido: en la televisión pública cuando sale el hombre del tiempo; o en la escuela, colgado de la pared del aula; o en los libros de texto de sociales, historia, lengua; o en los conciertos de Sau y en las camisetas de Els Pets.
Es un ingrediente habitual de la papilla nacionalista que nos han hecho tragar: disfrutar de (extasiarse con) la visión del mapa de los Países Catalanes… Cataluña, Valencia, Baleares, Rosellón, la Franja y la ciudad italiana de Alguer… y también un pueblo de Murcia de 670 habitantes que se llama Carxe, y también las Islas Medas, y las Islas Hormigas en Palamós.  ¡Ay!  ¡El imperio perdido!  ¡La Tierra Prometida!!! Que será heredada por “el alma colectiva”, como dijo Prat de la Riba, presumiblemente después de hacer yoga.
El origen del mito
A pesar de nuestra milenaria historia, la primera vez que encontramos por escrito los términos Países Catalanes o Gran Cataluña fue a finales del s. XIX, en el contexto del nacimiento del nacionalismo catalán y de su inseparable historiografía romántica. Desde buen comienzo, con aquellos términos se quiso describir no sólo un hecho cultural y lingüístico (“tierras de lengua catalana”, de forma similar a los franceses con su Francofonía), sino un proyecto político que aglutinaría aquellas tierras. Así, por ejemplo, el 1886, Narcís Roca i Farreras a la revista L’Arch de Sant Martí hacía referencia a la “simpatía de todos los Países Catalanes de un lado y el otro el Ebro, de un lado y el otro de los Pirineo Orientales”. O el mismo Prat de la Riba, cuando escribe “la lengua es la Patria”, en La Nacionalidad Catalana (1906).
El término se recuperó en los años 30 del siglo XX. Así, en mayo de 1934 encontramos el manifiesto “Desviaciones en los conceptos de lengua y de Patria”, firmado entre otros por Pompeu Fabra, Rovira i Virgili, Massó-Torrents, Pere Bohigas… podemos leer: “Nuestra Patria, para nosotros, es el territorio donde se habla la lengua catalana (…). El debilitamiento y la desaparición del sentimiento de unidad coincide con los tiempos de decadencia, y no hay que decir que la nación que nos gobierna ha procurado –y procura todavía-, por todos los medios, fomentar y acentuar la divergencia entre los Países Catalanes”. Además, en esta década, se concreta como proyecto político tal y cómo observamos en los programas de algunos partidos (Unió Democràtica) y en algunos escritores (J. Carbonell i Gener).
A pesar de estos antecedentes, el mito propiamente dicho nace en los años 60 del siglo XX en el contexto de la (virtual) oposición al franquismo por parte del nacionalismo catalán:

Primero, encontramos la tarea de"reidentificació nacional”, en el contexto dicho de lucha antifranquista, puesta en marcha por un grupo de intelectuales nacionalistas, como por ejemplo Max Cahner y Joan Fuster, y financiada por Òmnium Cultural. Se trata de un proyecto de construcción identitario basado en la lengua catalana como piedra angular de esta identidad.
Segundo, a este proyecto identitario le tenemos que poner un nombre. Joan Fuster, en su conocido folleto “Cuestión de nombres” (1962), recupera aquella terminología decimonónica que hemos visto a los antecedentes.
Tercero, ahora que ya tenemos nombre, debemos empezar a definir el contenido y significado de ese nombre. Aquí encontramos, primero, el Congreso de Cultura Catalana (1976-1977) que lo define, en su Manifiesto, como “comunidad de cultura que se ha desarrollado a lo largo de una historia de más de mil años, una comunidad básicamente homogénea y específica, consciente de que lo es y con la voluntad de continuar siéndolo”. Inmediatamente, esta comunidad de cultura deviene proyecto político en muchos programas electorales de partidos los cuales, incluso, nos gobiernan.
En definitiva, es durante las últimas décadas del franquismo (años 60-70) cuando nace -impulsado por algunos intelectuales burgueses- un proyecto reidentitario-lingüístico, de raíz nacionalista catalán, al cual se le busca un nombre para, después, definir y dar forma su concepto. Una vez definido, es el momento de intentar hacer realidad el mito de País: de poner en marcha el proyecto de unos Países Catalanes.
La definición del mito

Hemos visto como el “Manifiesto de la cultura catalana” (1977) definía los “Países Catalanes” según estos cuatro elementos: a) comunidad de cultura; b) base histórica de más de mil años; c) homogénea y específica; d) consciente de serlo y voluntad de continuar. Podemos hacer los comentarios siguientes:
a) Comunidad de cultura:
Lengua y Patria son elementos inseparables en el nacionalismo catalán: lo hemos visto con Prat de la Riba, cuando escribió “la lengua es la Patria” en La Nacionalidad Catalana (1906); o Pompeu Fabra, Rovira i Virgili y otros intelectuales firmantes del manifiesto de 1934 “Desviaciones en los conceptos de lengua y de Patria”con el párrafo ya citado, que empieza diciendo: “Nuestra Patria, para nosotros, es el territorio donde se habla la lengua catalana (…)”.
Además, deja de ser una simple comunidad de cultura para convertirse en proyecto político, al incluirse tal concepto  en programas electorales de varios partidos, como por ejemplo la UDC de los años 30, o actualmente en partidos que nos han gobernado hace poco como ERC, el cual afirma que “la Nación Catalana ha sido dividida en diferentes territorios por imperativos políticos: la Cataluña Norte, el Principado, la Franja de Ponente, el País Valenciano, las Baleares y Pitiüses, Andorra. Este desmembramiento, fruto de más de 300 años de opresión por parte de los Estados español y francés, ha hecho que los diferentes territorios hayan vivido ignorándose los unos en los otros o, en el peor de los casos, ignorando su propia identidad” (artículo 13 de la Declaración ideológica de ERC, XIX Congreso Nacional, 19/12/1993).
Encontramos declaraciones similares en otros partidos y coaliciones, como por ejemplo las CUP, Solidaritat, Reagrupament, PSAN, etc, y hacen pedagogía popular de este proyecto político cantando eslóganes como por ejemplo “sin Valencia no hay independencia”, o “Queremos, queremos, queremos independencia, queremos Países Catalanes”.
Por lo tanto, podemos afirmar sin equivocarnos que el concepto “Países Catalanes” trasciende la lingüística y la cultura: es un proyecto político.
b) Base histórica:
“Más de mil años de historia tienen los Países Catalanes”, dicen estos intelectuales nacionalistas, quienes acaban de definir un proyecto teórico y ahora se disponen a hacerlo realidad. Es un ejemplo de historiografía romántica en pleno siglo XX, todo el contrario de la historiografía científica. Y también un anacronismo: leer la historia con las gafas nacionalistas contemporáneas que acaban se acaban de comprar.
Los “Países Catalanes” no han existido nunca como sujeto político. Los impulsores del proyecto se refieren a la Corona de Aragón, pero ésta es otra cosa: se trata el conjunto de reinos que estuvieron sometidos al Rey de Aragón, entre los siglos XII y XV, donde encontramos no sólo el territorios de lengua catalana, sino también otras reinos como por ejemplo la propia Aragón, Valencia parcialmente, Sicilia, Córcega, Cerdeña, Nápoles y los ducados de Atenas y Neopatria. Es decir, no es la lengua el eje vertebrador de la Corona de Aragón sino la sumisión a la jurisdicción de un Rey, criterio propio de la Edad Media, la cual tenemos que leer con sus propios ojos –y no con nuestros criterios contemporáneos– si no queremos caer en anacronismo.
Pero más importante me parece la auto-identidad que tenían los habitantes del Principado, la cual era marcadamente hispánica. Se sentían herederos de la hispania romana y visigoda, y habían denominado, siglos atrás, su cuna como “Marca Hispánica”, no catalana. Esta identidad profundamente hispánica la encontramos en Jaime I el Conquistador, donde podemos leer en su Crónica, refiriéndose a su padre, que «nuestro padre el rey Pedro fue el más franco de cuántos hubo en España» (Crónica, 6). Hablando del noble catalán Guillermo de Cervera dice que era «de aquellos más sabios hombres de España» (34). Se refiere a sus fuerzas militares como «las fuerzas de las mejores de España» (21). En otro capítulo (el 392) dice que Cataluña «es el mejor reino de España» y «la más honrada tierra de España». En repetidas ocasiones se refiere Jaime I a los «cinco reinos de España», estos son: León, Castilla, Navarra, Aragón y Portugal.
Lo mismo podemos leer en la Crónica de Bernat Desclot, cuando narra un viaje del Conde de Barcelona a Alemania para entrevistarse con el Emperador. Se presenta diciendo: «Señor, yo soy un caballero de España». Y se presenta a la Emperatriz diciendo: «Yo soy un Conde de España a quien dicen el Conde de Barcelona». El Emperador dice a su séquito: «… han venido dos caballeros de España, de la tierra de Cataluña» (Desclot, Cap. VIII). [Textos extraídos de Marcel Capdeferro, “Otra Historia de Cataluña”].
Y es que Cataluña ya tenía identidad propia mucho antes de que naciera el nacionalismo en el s.XIX, y antes de que se esbozara ningún proyecto identitario basado en la lengua como piedra angular de esta identidad. La identidad milenaria catalana encuentra su origen en el proceso de reunificación y reconquista peninsular medieval, corriente histórica marcadamente hispánica. Que Guilfredo el Piloso viviera en la “Marca Hispánica”, no catalana, es significativo. Y que Jaime I se autodefiniera en sus Crónicas como uno de los cinco reyes de España, junto con León, Castilla, Navarra y Portugal, es determinante.
c) Homogénea y específica:

Emplear estos dos adjetivos en 1977, podría parecer la manifestación de un deseo y no la descripción de un hecho. Pero leído en 2011, esto es la constatación del error nacionalista: hoy, hemos visto caer muchos de los “hechos diferenciales” que nos eran específicos y que nos homogeneizaban a todos juntos como miembros de la misma tribu. Los catalanes no somos ni más honrados ni más limpios que los de la Meseta (aquí la corrupción también es posible), ni más listos, ni más altos. Demografía, geopolítica, globalización, multiculturalidad, son retos homogéneos… pero de la aldea global.
El único hecho homogéneo y específico lo encontramos, no en los Países Catalanes, sino en el Principado y en las Provincias Vascas: la existencia común de un nacionalismo identitario, autodestructivo y empobrecedor, que reniega de sus orígenes históricos, y que ha encontrado en el odio a España el único combustible para ir pasando los días, para justificar el mantenimiento de sus posaderas en las poltronas, y para malversar impunemente bajo la sombra de la senyera.
d) Conscientes de serlo, y voluntad de permanencia en el futuro:
Ni somos ni queremos ser. Treinta años después del Manifiesto, queda claro que los andorranos quieren ser andorranos, y que ni valencianos, ni mallorquines, ni alguerenses ni roselloneses, quieren ser catalanes. Los habitantes de Carche, en Murcia, tampoco. Porque no lo son, y no lo han sido nunca catalanes –excepto los roselloneses-.
Marc Prenafeta explicaba que en Alguer, durante los actos conmemorativos del concuentenario de “lo retrobament” (el reencuentro) entre Cataluña y el Alguer, se hablaba catalán barcelonés y poco alguerés. No estaban las autoridades algueresas, sino sólo las de la Generalitat, que fueron todos juntos al Alguer un fin de semana a hacer discursos inacabables sobre el Alguer y Cataluña, presentaciones de libros, degustaciones gastronómicas, regatas deportivas… financiado todo por la Generalitat, por supuesto. Como un fin de semana en una casa rural con los amigos, pero gratis y con nivel.
También observamos indiferencia en la Cataluña Norte, donde a pesar de las numerosas asociaciones civiles procatalanas, el apoyo social es casi residual: en últimas elecciones, hemos visto como el candidato de Convergència en el Rosselló, Jordi Vera, ha sido el menos votado en su propio cantón, con sólo 93 votos! Los ganadores, la UPM de Sarkozy y el FN de Le Pen.
En Valencia encontramos –más que indiferencia– activa resistencia y antipatía hacia el proyecto de los Países Catalanes, no sólo entre las clases populares sino también entre las dirigentes, a pesar de las cuantiosas subvenciones que la Generalitat catalana otorga al proyecto (Eliseu Climent y esposa).
Y es que esto de los Países Catalanes es “todo para los Países Catalanes, pero sin los Països Catalans”: un proyecto impulsado por el élite nacionalista del Principado, que no responde a ninguna realidad ni reclamación social, ni tampoco disfruta del espaldarazo de las élites locales valencianas, algueresas, etc.
Conclusión
En las últimas décadas del franquismo (años 60-70 del s. XX), algunos intelectuales nacionalistas –de raíz romántica decimonònica- impulsan un proyecto dereidentificación “nacional” donde encuentran en la lengua catalana el eje vertebrador, la piedra angular, de la identidad catalana. Están financiados por Òmnium Cultural y son, entre otros Max Cahner y Joan Fuster.
Buscando un nombre para el proyecto, encuentran el término “Países Catalanes” (Joan Fuster, “Cuestión de nombres”, 1962), empleado por primera vez a finales del XIX.
Una voz encontrado el nombre, tienen que definir y dar forma al concepto, lo cual realizan en el Congreso de Cultura Catalana (1976-1977), cuyo Manifiesto final define los Países Catalanes como “comunidad de cultura que se ha desarrollado a lo largo de una historia de más de mil años, una comunidad básicamente homogénea y específica, consciente que lo es y con la voluntad de continuar siéndolo”.
Finalmente, una vez tenemos nombre y lo hemos definido, llega la hora de hacer realidad el mito de País: es el momento de poner en marcha el proyecto de unos Países Catalanes, lo cual sucede a partir de aquel Congreso de 1977.
En su ejecución, el proyecto ha sido recibido con indiferencia o incluso –cómo es el caso de Valencia- con resistencia y antipatía. Y es que se trata de un proyecto ideado por las élites del Principado, pero que no responde a ninguna realidad ni reclamación social, ni tampoco disfruta del espaldarazo de las élites locales valencianas, mallorquinas, etc, cómo ha quedado patente treinta años más tarde. “Todo para los Países Catalanes, pero sin los Países Catalanes”.
Y es que el proyecto sufre defectos estructurales: en primer lugar, los impulsores han confundido el hecho cultural y lingüístico con la organización política, lo cual no es culpa de ellos, sino que viene de antiguo: ya Prat de la Riba dijo que “la lengua es la Patria”, ergo si hablamos la misma lengua desde Salses hasta Guardamar, pues es difícil superar aquella confusión. En segundo lugar, han sustituido la identidad catalana milenaria –de profunda impronta hispánica- por la lingüística, lo cual tampoco ayuda a superar la confusión mencionada. Finalmente, la historia no les da la razón: valencianos y mallorquines, mayoritariamente, ni son ni quieren ser catalanes, porque no lo han sido nunca: la Corona de Aragón era otra cosa, a pesar de que los impulsores del proyecto aleguen a Jaime I como padre espiritual de un proyecto que se han inventado ellos.

Recomendaciones:

VARGAS RUBIO, Rodolfo: “El mito de los “países catalanes”: un jacobinismo a escala regional“, en elmanifiesto.com, 19 de septiembre de 2007
CIURANA ROMAN, Pere: “Països Catalans: història d’un concepte que no té origen”, al blog Dices tú, 30 de gener de 2011
JAVI HISPÁNICO (pseudònim): “Origen del nacionalismo catalán”, en el blog El Principat de Catalunya, 1 de marzo de 2011

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